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viernes, 20 de septiembre de 2013

La poetisa de la reforma

Un hermoso día de la última parte de la eternidad, mientras las Sombras de todos los grandes escritores reposaban en lechos de asfódelos y molis en los Campos Elí­seos, cada uno de ellos muy feliz al escu­char de labios de todos los otros sólo co­piosas citas de la propia obra (porque a tal efecto Júpiter había hechizado generosa­mente sus oídos), llegó allí con aire triun­fador una Sombra a la que nadie conocía. Ella (porque la recién llegada mostraba evidencias de su sexo tales como el cabe­llo cortado corto y un andar varonil) tomó asiento en medio de ellos, y con sonrisa de superioridad explicó:
-Tras siglos de opresión arranqué mis derechos de manos de los dioses celosos. Sobre la tierra yo fui la Poetisa de la Refor­ma y canté para oídos desatentos. Ahora canto para una eternidad de honor y de gloria.
Pero no habría de ser así, y muy pronto ella fue la más infeliz de las inmortales, anhelando vanamente volver a errar en las tinieblas junto a los lagos infernales. Por­que Júpiter no había hechizado su oído, y de los labios de cada Sombra bendita sólo surgían copiosamente las citas de las obras de los otros. Además, a ella le había sido negada la felicidad de recitar sus poemas. No recordaba un solo verso suyo, porque Júpiter había decretado que el recuerdo de sus poemas habitara el penoso dominio de Plutón, como parte del castigo.

1.007.5 Briece (Ambrose)

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