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viernes, 3 de octubre de 2014

Los jovenes y la ofrenda

En un vergel ameno
mil jóvenes sin freno
discurren distraídos,
aquí y allí perdidos.
Uno á otro, de un arranque,
zambulle en un estanque;
y el otro á su vecino
le acuesta en un espino.
Para ellos esculturas
son hórridas figuras;
y así, cual en retablo,
copiando los del diablo,
las pintan sutilmente
un no sé qué en la frente.
Ya sin panza de un taco
me dejan al dios Baco;
y ya á Venus la bella,
tan sin pudor como ella,
por más que se agazapa
haciendo que se tapa,
la hacen que como un charro
fumando esté un cigarro.
Uno al fin sobre Apolo,
travieso como él solo,
mostrando una corona,
esto á todos pregona:
-«Aunque envidias provoque,
del que el extremo toque
de ese ciprés que ondea,
premio esta ofrendasea.»
-«¡Arribal» -gritan todos,
corriendo de mil modos:
y en trances infelices,
los ojos y narices,
ya ven de día estrellas,
ya acaso barren huellas,
ya el alto viene abajo
asido del zancajo,
ó ya el más bajo al otro
le monta como á un potro:
hasta que uno elevado,
que más que otros, lo osado
con lo dichoso junta,
tocó al ciprés la punta,
al fuego que le inflama;
y ¡chase!... rota la rama,
cayó rápidamente,
haciéndose en la frente,
amén de algún rasguño,
un chichón como un puño.
Cercáronle con prisa
unos fingiendo risa,
y otros mostrando pena
por la ventura ajena;
y vendando sus sienes,
tras de mil parabienes,
por cima de la venda
ciñéronle la ofrenda.

Dos coronas contemplo
que ha de ceñir el sabio
para alcanzar victoria,
si de la gloria al templo,
despreciando su agravio,
aspira en su delirio:
antes la del MARTIRIO,
después la de la GLORIA.

Seccion literaria: Fabula I. No hay gloria sin pena

1.095.5 Campoamor (Ramon de) .047

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