Para
matar ratones
hizo
Guzmán algunas confecciones,
las
que encerradas con rigor tenía
en
un lugar, en el que escrito había:
«Ninguno,
para cosa mala ó buena,
me
llegue á esta alacena.»
Su
mujer Blasa, que con él reñida
la
mayor parte estaba de su vida
(porque
según la vecindad prugona,
tanto
como curiosa, era gruñona),
presumió
que su esposo allí encerraba
el
tósigo fatal con que trataba
de
castigar su eterna impertinencia
(señal
que le argüía la conciencia),
y
buscando las viles confecciones,
encontró
el solimán. ¡Qué imprecaciones!
-«¡Un
veneno!»
-frenética decía.
-«¡Un
veneno!! ¡un veneno!!!»
-repetia;
y
con verle y tocarle aún no contenta,
llega,
lo huele, pruébalo y revienta.
Si
lo ven por acaso,
atad
á los curiosos corto el freno;
ó
apurarán el vaso
aunque
escribais sobre él: -«aquí hay veneno»-
Seccion
moral: Fabula
XXI. La curiosidad
1.095.5 Campoamor (Ramon de) .047
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