Un labrador
cansado,
En el ardiente
estío,
Debajo de una
encina
Reposaba pacífico y
tranquilo.
Desde su dulce
estancia
Miraba agradecido
El bien con que la
tierra
Premiaba sus
penosos ejercicios.
Entre mil
producciones,
Hijas de su
cultivo,
Veía calabazas,
Melones por los
suelos esparcidos.
«¿Por qué la Providencia ,
Decía entre sí
mismo,
Puso a la ruin
bellota
En elevado
preeminente sitio?
¿Cuánto mejor sería
Que, trocando el
destino,
Pendiesen de las
ramas
Calabazas, melones
y pepinos?»
Bien oportunamente,
Al tiempo que esto
dijo,
Cayendo una
bellota,
Le pegó en las
narices de improviso.
«Pardiez,
prorrumpió entonces
El Labrador
sencillo,
Si lo que fue
bellota,
Algún gordo melón
hubiera sido,
Desde luego pudiera
Tomar a buen
partido
En caso semejante
Quedar desnarigado,
pero vivo.»
Aquí la Providencia
Manifestarle quiso
Que supo a cada
cosa
Señalar sabiamente
su destino.
A mayor bien del
hombre
Todo está
repartido:
Preso el pez en su
concha,
Y libre por el aire el pajarillo.
1.045.5 Samaniego (Felix Maria)
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