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martes, 17 de septiembre de 2013

A la puerta del paraiso

Irguiéndose de la tumba, una Mujer se presentó a la Puerta del Paraíso, y golpeó con mano temblorosa.
-Señora -dijo San Pedro, levantándo­se y acercándose a la ventanilla, ¿de dónde viene?
-De San Francisco -respondió la Mu­jer, avergonzada, mientras grandes gotas de sudor brillaban en su frente espiritual.
-¡No importa, mi buena muchacha! contestó el Santo, compasiva-mente. La eternidad es un tiempo largo; terminarás por olvidar.
-Pero eso no es todo -la Mujer esta­ba cada vez más turbada. Yo envenené a mi esposo... yo descuarticé a mis niños, yo...
-Ah -dijo el Santo, con súbita severi­dad, tu confesión sugiere una grave po­sibilidad. ¿Eras miembro de la Asociación de Mujeres de Prensa?
La mujer se irguió y replicó con entu­siasmo:
-No.
Las puertas de madreperla y jaspe gira­ron sobre sus goznes de oro, produciendo la música más cautivadora, y el Santo, ha­ciéndose a un lado, hizo una reverencia, diciendo:
-Entra, entonces, en tu eterno descan­so.
Pero la Mujer vacilaba.
-El envenenamiento... el descuartizamiento... el... el... -tartamudeó.
-No tienen importancia, te lo aseguro. No vamos a mostrarnos rigurosos con una señora que no pertenecía a la Asociación de Mujeres de Prensa. Toma un arpa.
-Pero... yo solicité el ingreso... Me pusieron bolilla negra.

-Toma dos arpas.

1.007.5 Briece (Ambrose),

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