Un águila, cierto día, mirando
hacia abajo desde su altísimo nido, vio un búho.
-¡Qué gracioso animal! -dijo para
sí. Ciertamente no debe ser un pájaro.
Picada por la curiosidad, abrió sus
grandes alas y describiendo un amplio círculo comenzó a descender.
Cuando estuvo cerca del búho le
preguntó:
-¿Quién eres? ¿Cómo te llamas ?
-Soy el búho -contestó temblando el
pobre pájaro, tratando de esconderse detrás de una rama.
-¡Ja! ¡ja! ¡Qué ridículo eres! -rió
el águila dando vueltas alrededor del árbol. Eres todo ojos y plumas. Vamos a
ver -siguió, posándose sobre la rama, veamos de cerca cómo estás hecho. Déjame
oír mejor tu voz. Si es tan bella como tu cara, habrá que taparse las orejas.
El águila, mientras tanto,
ayudándose con las alas, trataba de abrirse camino entre las ramas para
acercarse al búho.
Pero entre las ramas del árbol un
campesino había dispuesto unas varas enligadas y esparcido abundante liga en
las ramas más gruesas.
El águila se encontró de improviso
con las alas pegadas al árbol y cuanto más forcejeaba por librarse, más se le
pegaban todas sus plumas.
El búho dijo:
-Águila, dentro de poco vendrá el
campesino, te agarrará y te encerrará en una jaula. puede que te mate para
vengar los corderos que tú te has comido. Tú que vives siempre en el cielo, libre
de peligros, ¿qué necesidad tenías de bajar tanto para reírte de mí?
Por burlarse malévolamente del búho, el águila cometió la mayor burla
posible de sí misma: por una finalidad fútil e insustancial perdió el don
precioso de la libertad.
(de Fábulas, Atl. 67 r. b.)
1.082.5 Da vinci (Leonardo),
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