Un esclavo llamado Androcles tuvo
la oportunidad de escapar un día y corrió hacia la foresta.
Y mientras caminaba sin rumbo llegó
a donde yacía un león, que gimiendo le suplicó:
-Por favor te ruego que me ayudes,
pues tropecé con un espino y una púa se me enterró en la garra y me tiene
sangrando y adolorido.
Androcles lo examinó y gentilmente
extrajo la espina, lavó y curó la
herida. El león lo invitó a su cueva donde compartía con él
el alimento.
Pero días después, Androcles y el
león fueron encontrados por sus buscadores. Llevado Androcles al emperador fue
condenado al redondel a luchar contra los leones.
Una vez en la arena, fue suelto un
león, y éste empezó a rugir y buscar el asalto a su víctima.
Pero a medida que se le acercó
reconoció a su benefactor y se lanzó sobre él pero para lamerlo cariñosamente y
posarse en su regazo como una fiel mascota. Sorprendido el emperador por lo
sucedido, supo al final la historia y perdonó al esclavo y liberó en la foresta
al león.
Los buenos actos siempre son recompensados.
1.023.5 Esopo,
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