Un cangrejo se dio cuenta de que
muchos pececitos, en lugar de aventurarse en el río, preferían girar
prudentemente en torno a una roca.
El agua era limpia como el aire y
los peces nadaban tranquilamente, gozando de la sombra y el sol.
El cangrejo esperó la noche, y
cuando estuvo seguro de que nadie le viera fue a esconderse debajo de la roca.
Desde aquel escondite, como una
alimaña en su madriguera, espiaba a los pececitos y cuando pasaban cerca de él
los capturaba y se los comía.
-No está bien eso que haces -gruñó
la roca. Te aprovechas de mí para matar a esos pobres inocentes.
El cangrejo ni siquiera la escuchó.
Feliz y contento, seguía agarrando pececillos, encontrándolos de un sabor
exquisito.
Pero un día, inesperadamente, vino
una riada. El río creció, y el agua empujó con tanta fuerza a la roca que la
hizo rodar por el lecho del río, aplastando al cangrejo que tenía debajo.
En el fondo, el error del cangrejo y de sus víctimas fue el mismo:
limitarse en la vida a repetir actos que una vez dieron buen resultado,
convirtiéndolos en una rutina que cualquier cambio exterior puede trastocar.
(de Fábulas, Ar. 42 v.)
1.082.5 Da vinci (Leonardo),
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